viernes, 13 de agosto de 2010

Breve ensayo sobre la negación y las partes en el discurso político (Moisés Alvarez)


El discurso u oratoria política reúne una serie de ingredientes (argumento, ideología, propaganda, negación, demagogia, populismo, seducción, enfrentamiento...) que bien salpimentados con eso que se ha venido a llamar "telegenia" conforman un cóctel irresistible para el común ciudadano, es decir, ése que por azar, acción social y experiencia se sitúa a la derecha o izquierda de la mesa (quítenselo de la cabeza, el centro político es un neologismo seudoideológico destinado a tránsfugas, biempensantes o políticos de reestreno).



El enfrentamiento (las partes) y la negación son, hoy, los componentes esenciales de ese discurso. En una imaginaria pirámide, la base estaría formada por las partes o, de forma más estricta, por la parte a la que represente el político en cuestión. Así, el discurso antepone el lugar en el que el orador o interlocutor se sitúe (derecha o izquierda) a los argumentos estrictamente tempestivos. Esta obviedad es, a veces, tan obviada que aún hay quienes esperan un discurso estructurado mediante una suerte de pirámide invertida en la que los argumentos sean la base real de la oratoria.

Quizá, sería pertinente ampliar el abanico desde la clásica dicotomía derecha - izquierda hacia un espectro más "plural": partido "x", partido "y", partido "z"... Esta ampliación sería adecuada partiendo del análisis de cualquiera de las formaciones políticas -algunas más que otras, eso sí-, pero casos como el de Coalición Canaria, donde todo cabe, casi obligan a una aclaración. En definitiva, pues, la situación del sujeto (el partido al que pertenezca) marca el discurso.

Desde una visión profana, podría pensarse que el argumento es parte indisoluble del discurso partidista, en tanto que éste se estructura en torno a una serie de ideas, pero, precisamente por ello, no hablamos de argumentos, sino de ideología. La ideología política -de los partidos políticos- es inmutable y tiene un componente alienador que contradice un cariz argumentativo. Además, esta ideología colectiva -que, en ocasiones, tiene una doble dimensión práctica y teórica- provoca que el discurso político sea débil en lo referente a la aportación individual; de hecho, solo hay que recordar el daño que a las formaciones políticas han generado, per se, las salidas de tono de algunos de sus componentes, más allá de que la aportación en sí pueda ser efectiva o apropiada.

La acción de tomar partido -nunca mejor escrito- limita, ya de entrada, la adopción de argumentos. Es por ello, y volviendo a nuestra pirámide imaginaria, que éstos están situados en la cima, una cima que la mayoría de los discursos políticos no son capaces de alcanzar nunca, quedándose en el sustrato fangoso del enfrentamiento, la confrontación o, como aquí hemos optado por definirlo, la parte.

Cuando el discurso tiene como objetivo principal el rebatimiento de ideas, surge otro elemento estrechamente vinculado al enfrentamiento o parte: lo que he venido a denominar negación por demagogia. Esto no es más que negar la idea -en el mejor y la mayoría de los casos- o el argumento -en el peor y el menor número de casos- con una técnica que todos aprendimos cuando éramos niños: decir que algo es, simplemente, mentira. Ocurre, eso sí, que los políticos no pueden pasar por niños, aunque lo parezcan, y, en lugar de entonar esa frase tan infantil, optan por edulcorarla, cultivarla e intelectualizarla. "Eso es demagogia", entonan ufanos. Incluso en aquellos pocos casos en los que el orador alcanza la cima de la pirámide para dejar salir de su boca un argumento, encontramos, a continuación, una negación por demagogia. Lo peor, con todo, es que la parte del enfrentamiento ideológico o partidista a la que represente el sujeto negador alzará sus manos en aplausos.

Nos encontramos así ante un discurso vacío, enfrentado y demagógico. Por ello, los pocos políticos que sobresalen son aquéllos capaces de minimizar los aspectos ideológicos, transformándolos en argumentos mediante el noble ejercicio de observar la realidad. Luego, claro está, también hay los que, aunque lo intenten, solo son capaces de llegar al "pensamiento propio", que ya es bastante.

Aunque, que más da, al fin y al cabo, esto solo es demagogia.

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