viernes, 13 de agosto de 2010
El matadero (Esteban Echeverría)
El matadero fue escrito por Esteban Echeverría entre 1838 y 1840, pero se mantuvo inédito hasta 1871.
Se lo considera el primer cuento argentino,ya que su calidad literaria permite que se lo reconozca como el acto inaugural del género en nuestra literatura.
El cuento plantea un relato de costumbres, pero su propuesta avanza hacia las formas del realismo y desarrolla una posición político-ideológica en donde se reconoce que hacia 1838 el enfrentamiento entre federales y unitarios resulta irreconciliable y que era imposible la incorporación al gobierno de Rosas de los jóvenes intelectuales del Salón Literario.
El realismo es la corriente literaria que intenta dar cuenta de manera objetiva de la realidad social a través de procesos de escritura (usos del lenguaje, organización del orden temporal, relatos introspectivos, caracterización de los personajes, descripciones,etc) Se presenta como reflejo de los procesos económicos y culturales que estructuran la sociedad
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La refalosa (Hilario Ascasubi)
Mira gaucho salvajón
que no pierdo la esperanza
y no es chanza
de hacerte probar que cosa
es «Tin Tin y Refalosa»
ahora te diré como es:
escuchá y no te asustés
que para ustedes es canto
más triste que viernes santo
Unitario que agarramos
lo estiramos o paradito nomás
lo agarran los compañeros
por supuesto, mazorqueros
y ligao con maniador doblado
ya queda coco con codo
y desnudito ante todo
¡Salvajón!
Aquí empieza su aflicción
luego después a los pieses
un sobeo en tres dobleces
se le atraca
y queda como una estaca
lindamente asigurao,
y parao lo tenemos
clamoriando y como medio chanceando
lo pinchamos y lo que grita
cantamos «la refalosa y tin tin»,
sin violín.
Pero seguimos al son
de la vaina del latón
que asentamos el cuchillo y le
tantiamos con las uñas el
cogote.
¡Brinca el salvaje vilote
que da risa!
...............
Finalmente:
cuando creemos conveniente,
después que nos divertimos
grandemente, decimos que al salvaje
el resuello se le ataje;
y a derecha
lo agarra uno de las mechas
mientras otro lo sujeta
como a potr de las patas
que si se mueve es a gatas
Entretanto nos clama por cuanto santo
tiene el cielo;
pero ahí nomás por consuelo
a su queja
abajito de la oreja
con un puñal bien templao
y afilao
que se llama quita penas
le atravesamos las venas
del pescuezo
¿Y que se le hace con eso?
larga sangre que es un gusto,
y del susto
entra revolver los ojos
...............
¡Que jarana!
Nos reímos de buena gana
y muy mucho
al ver que hasta les da chucho;
y entonces lo desatamos
y soltamos;
y lo sabemos
parar para verlo
refalar ¡en la sangre!
hasta que le da calambre
y se cai a patalear,
y a temblar
muy fiero, hasta que se estira
el salvaje; y lo que espira
le sacamos una lonja que apreciamos
el sobarla y de manea
gastarla De ahí se le cortan las orejas,
barba, patillas y cejas;
y pelao lo dejamos
arumbao,
para que engorde algún chanco,
o carancho.
...............
Con que ya ves, Salvajón
Nadita te ha de pasar
Después de hacerte gritar
¡Viva la Federación!
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Breve ensayo sobre la negación y las partes en el discurso político (Moisés Alvarez)
El discurso u oratoria política reúne una serie de ingredientes (argumento, ideología, propaganda, negación, demagogia, populismo, seducción, enfrentamiento...) que bien salpimentados con eso que se ha venido a llamar "telegenia" conforman un cóctel irresistible para el común ciudadano, es decir, ése que por azar, acción social y experiencia se sitúa a la derecha o izquierda de la mesa (quítenselo de la cabeza, el centro político es un neologismo seudoideológico destinado a tránsfugas, biempensantes o políticos de reestreno).
El enfrentamiento (las partes) y la negación son, hoy, los componentes esenciales de ese discurso. En una imaginaria pirámide, la base estaría formada por las partes o, de forma más estricta, por la parte a la que represente el político en cuestión. Así, el discurso antepone el lugar en el que el orador o interlocutor se sitúe (derecha o izquierda) a los argumentos estrictamente tempestivos. Esta obviedad es, a veces, tan obviada que aún hay quienes esperan un discurso estructurado mediante una suerte de pirámide invertida en la que los argumentos sean la base real de la oratoria.
Quizá, sería pertinente ampliar el abanico desde la clásica dicotomía derecha - izquierda hacia un espectro más "plural": partido "x", partido "y", partido "z"... Esta ampliación sería adecuada partiendo del análisis de cualquiera de las formaciones políticas -algunas más que otras, eso sí-, pero casos como el de Coalición Canaria, donde todo cabe, casi obligan a una aclaración. En definitiva, pues, la situación del sujeto (el partido al que pertenezca) marca el discurso.
Desde una visión profana, podría pensarse que el argumento es parte indisoluble del discurso partidista, en tanto que éste se estructura en torno a una serie de ideas, pero, precisamente por ello, no hablamos de argumentos, sino de ideología. La ideología política -de los partidos políticos- es inmutable y tiene un componente alienador que contradice un cariz argumentativo. Además, esta ideología colectiva -que, en ocasiones, tiene una doble dimensión práctica y teórica- provoca que el discurso político sea débil en lo referente a la aportación individual; de hecho, solo hay que recordar el daño que a las formaciones políticas han generado, per se, las salidas de tono de algunos de sus componentes, más allá de que la aportación en sí pueda ser efectiva o apropiada.
La acción de tomar partido -nunca mejor escrito- limita, ya de entrada, la adopción de argumentos. Es por ello, y volviendo a nuestra pirámide imaginaria, que éstos están situados en la cima, una cima que la mayoría de los discursos políticos no son capaces de alcanzar nunca, quedándose en el sustrato fangoso del enfrentamiento, la confrontación o, como aquí hemos optado por definirlo, la parte.
Cuando el discurso tiene como objetivo principal el rebatimiento de ideas, surge otro elemento estrechamente vinculado al enfrentamiento o parte: lo que he venido a denominar negación por demagogia. Esto no es más que negar la idea -en el mejor y la mayoría de los casos- o el argumento -en el peor y el menor número de casos- con una técnica que todos aprendimos cuando éramos niños: decir que algo es, simplemente, mentira. Ocurre, eso sí, que los políticos no pueden pasar por niños, aunque lo parezcan, y, en lugar de entonar esa frase tan infantil, optan por edulcorarla, cultivarla e intelectualizarla. "Eso es demagogia", entonan ufanos. Incluso en aquellos pocos casos en los que el orador alcanza la cima de la pirámide para dejar salir de su boca un argumento, encontramos, a continuación, una negación por demagogia. Lo peor, con todo, es que la parte del enfrentamiento ideológico o partidista a la que represente el sujeto negador alzará sus manos en aplausos.
Nos encontramos así ante un discurso vacío, enfrentado y demagógico. Por ello, los pocos políticos que sobresalen son aquéllos capaces de minimizar los aspectos ideológicos, transformándolos en argumentos mediante el noble ejercicio de observar la realidad. Luego, claro está, también hay los que, aunque lo intenten, solo son capaces de llegar al "pensamiento propio", que ya es bastante.
Aunque, que más da, al fin y al cabo, esto solo es demagogia.
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